Hace tiempo te conocí, me hiciste saber que el cielo existe al mismo tiempo que me arrancabas poco a poco el corazón. Tus manos guiaron mi camino y lo llenaron de felicidad, de alegría y de bellas sensaciones; tus caricias, se llevaron mi alma y mi ser.
¿Qué puedo hacer, si me hiciste aferrarme a ti?
Simplemente, me hiciste traicionar mis más sinceros sentimientos hacia ti, te amé, te odié, te extrañé…
Y después de todo el daño que me causaste, con un beso volví a tu lado. A tus brazos me até, no me quise soltar.
Ésta vez me prometiste tomar mi mano y volar, juntos, por siempre. Confié en ti, tú y yo, en lo alto, viendo la gente pasar, y sentados en una nube; pasó un tiempo y todo se veía muy bien, hasta que decidiste empujarme. Caí, y no me pude levantar, quería seguir tirada, no quería volver a estar de pie.
Bajaste, me pisoteaste, humillaste, me dejaste tirada y sin deseos de volver a ser quien fui alguna vez.
¿Cuánto tiempo podría yo estar ahí? Siempre estuviste a mi lado, protegiendo que nadie más que tú me pisoteara. Estiré mi mano, tuviste compasión, me levantaste y pediste perdón.
Ahora me prometes curar mis heridas, me rodeas, me abrazas, rozas tus manos en mi cuerpo, haces que se erice mi piel, me haces amarte.
Y es que, ¿Cómo podría llegar a despreciarte si, por más que intente, siempre logras estar ahí?
No sé si agradecerte o maldecirte, besarte o agredirte, quedarme o alejarme, amarte u odiarte.
No hay nada más que decir, siempre estarás aquí, amor, dulce amor, que siempre traicionas mis sentimientos, ya no espero nada de ti, tengo todo, me falta mucho.